No hay razón para la pobreza

Cuando inició su empresa de consultoría en Santa Rosa, California, en 1977, Michael Gerber tenía una misión: ayudar a los emprendedores de todo el mundo a escapar del fracaso, un destino al que, todavía hoy, la mayoría parece estar condenado. Después de 35 años, el llamado “gurú de los pequeños negocios” ha asesorado a más de 50,000 empresas en más de 145 países y su libro, The E-Myth, vendió más de un millón de copias en todo el mundo. “Ahora quiero abrir escuelas de emprendedores en la calle, en cada esquina, donde vive la gente real”, anuncia. “Allí están las personas que no tienen ni idea de cómo emprender y ahí está la oportunidad de hacer la revolución económica que México necesita”.
Con su consultora, que ya tiene sede en México, el experto quiere romper lo
que denominó el “círculo de la indiferencia”. “Tan sólo en el Distrito Federal
hay 18 millones de personas luchando por salir adelante, esta ciudad es un
mundo… Tenemos que escucharlos, hablarles y decirles que ellos también tienen
una oportunidad de cambiar su vida”, explica Gerber, durante una entrevista con
Entrepreneur.
Y hay que hacerlo de una persona a la vez, asegura el experto. “No
se hace una revolución con muchedumbres, sino con cada uno que diga ‘yo estoy
escuchando, yo quiero aprender, yo quiero hacerlo’. Es de uno en uno”, agrega.
“Algo tiene que suceder para que se rompa este ciclo de indiferencia y de miedo.
Como lo hizo Muhammad Yunus con las mujeres pobres de Bangladesh, que logró lo
que parecía imposible a través de los microcréditos. No hay ninguna razón para
el fracaso ni para la pobreza”.
La duda que siempre surge es si cualquiera puede
ser emprendedor…
Yo no sabía nada de negocios cuando empecé con esto, fue un
accidente. Y hoy me llaman el gurú número uno de los pequeños negocios. Si pude
hacerlo fue por mi pasión, mi interés, mi persistencia y mi voluntad de actuar
frente a lo que me rodeaba. Si yo pude hacerlo, cualquiera puede hacerlo.
Todos
somos emprendedores, hay uno en cada uno de nosotros. Fuimos creados a imagen de
Dios para crear, ése es el regalo que nos hizo. Por eso cualquier ser humano
puede aprender cómo mejorar su habilidad de crear, eso lo sé muy bien. Y lo sé
porque lo he estado enseñando por años a miles de personas enredadas en el
desastre de su negocio y que con un poco de ayuda pudieron transformar la manera
en la que estaban pensando, romper las barreras de sus actitudes y creencias, y
despertar ese verdadero espíritu emprendedor en ellos mismos.
¿Por qué nos
olvidamos de eso?
Por todas las cosas que nos dicen nuestros padres, nuestros
amigos, nuestra pareja, nuestros jefes, nuestros colegas. “No te arriesgues, no
te arriesgues”, es el mensaje. “Si lo haces y además tienes éxito no vas a ser
más bienvenido entre nosotros”, nos dicen todo el tiempo. Así que nos encojemos
para encajar en las expectativas, las normas sociales, la cultura en la que
vivimos y la clase a la que pertenecemos. Los emprendedores que admiramos, como
Steve Jobs, luchan contra eso.
No siguen el status quo, lo desafían. Y sí,
también fracasan, fracasan y fracasan. Pero cuando te rodea tanta resistencia y
tan pocos recursos disponibles, emprender se convierte en una forma de vida.
¿Y
cómo es el emprendedor mexicano?
Como pensé que sería: igual a un emprendedor
australiano, alemán o chino. Una de las lecciones más importantes que aprendí,
luego de visitar tantos países en el mundo, es que todos los emprendedores son
iguales. Es un fenómeno universal.
Claro, México tiene una cultura diferente y
así también lo son sus condiciones y circunstancias. Es lo mismo que sucede
entre las personas. Pero lo que es universalmente cierto es que como seres
humanos todos tenemos dentro unos creadores. México no es un país de
emprendedores, es un país de seres humanos que en su mayoría no son felices, que
se encuentran en una situación económica difícil e incluso viven en condiciones
desesperadas y que no tienen idea de cómo salir de ellas. Y que necesitan ayuda.
Hablemos del mito del emprendedor y de las empresas que fracasan…
Todo inicia
con el “ataque” de emprendedurismo que le da a una persona que decide dejar su
trabajo para crear un negocio propio. Porque en medio del entusiasmo por
independizarse y sacarse de encima al jefe, esa persona en realidad no entiende
lo que emprender realmente significa. Y asume que porque sabe elaborar un
producto o dar un servicio puede hacerlo con su propia empresa. Entonces el
diseñador abre un estudio de diseño. El chef pone un restaurante. O el mecánico
un taller. Y al final terminan trabajando para sí mismos, mucho más que antes y
totalmente desorientados.
Los verdaderos emprendedores pasan de trabajar para
alguien más a trabajar por sí mismos de una manera muy distinta. Los
emprendedores crean negocios que trabajan de manera independiente, aunque ellos
no estén. Y los técnicos crean empresas que trabajan porque ellos están ahí las
24 horas del día. Por eso la mayoría de los emprendimientos fracasan.
¿Y dónde
está la solución?
En crear un sistema para que la empresa trabaje por sí misma.
En hacer que otros hagan lo que uno imagina y quiere lograr. Como lo hizo Ray
Kroc con McDonald’s, o como lo hicieron en Starbucks o Dell. Siempre hay una
forma mejor de hacer lo que estamos haciendo. Todo empieza con el sueño, la
misión y la visión del emprendedor, lo que se traduce en su modelo de negocio.
Luego hay que trabajar en la organización, en crear los sistemas que en el día a
día permitan lograr la satisfacción del cliente. Y luego hay que enfocarse en el
crecimiento. Soy un optimista, pero también un pragmático, porque cada negocio
exitoso fue concebido, construido y perfeccionado de la misma manera, usando el
mismo proceso. Y soy un optimista porque creo que podemos crear grandes cosas,
porque vi nacer en un garaje a Apple, una de las compañías más valiosas del
mundo.
Un emprendedor es, al final, un contador de historias, un gran soñador.
Sin un sueño nada sucede. Pero también es un pensador, con una visión de cómo
ese gran resultado que va a lograr va a ser utilizado en el mundo. Además los
emprendedores de hoy ya no están enfocados en el dinero, sino en el sentido de
las cosas. Para ellos ya no es suficiente crear empresas que generen riqueza,
sino que le den un significado a su vida, con creatividad, con imaginación. Los
grandes emprendedores son poetas, creadores. Y sobre todo actúan, no se quedan
esperando a que las cosas sucedan.
A los 76 años, ¿qué lo inspira cada día para
seguir recorriendo el mundo?
Estoy seguro que no son los negocios, sino mi
imaginación. La oportunidad de contar nuevas historias, de experimentar la
energía de la gente, de ver qué sucede cuando alguien los escucha y les muestra
una nueva manera de pensar y hacer las cosas. Hay que ver el rostro de las
personas cuando descubren cómo pueden salir de la prisión en la que se ha
convertido su negocio y sacarlo adelante. Hay una verdad fundamental para
cualquier persona de la calle: “tú puedes trascender tu negocio y transformarlo.
Tú puedes trascender tu vida y transformarla”.
Eso es lo que realmente le enseño
a hacer a la gente. Gracias a Dios no estamos creando un nuevo movimiento social
ni político, es una revolución individual en la que tenemos que empezar por
nosotros mismos.