Un partido de baloncesto, Goliat y el arte milenario de dominar al miedo Cuando sentimos miedo solemos paralizarnos y ver al rival que enfrentamos mucho más grande y complejo de lo que en realidad es. A veces, dar un par de pasos atrás ayuda a poner las cosas en perspectiva.
Por Eduardo Scheffler Zawadzki Editado por Eduardo Scheffler Zawadzki
Su nombre era Aidan, llevaba el número 16 y al verlo K supo que sería su némesis a lo largo del partido. Le sacaba al menos una cabeza, era robusto y durante el calentamiento previo al juego encestó casi todos sus tiros.
A su lado, los demás jugadores lucían diminutos y desde las gradas alguien se atrevió a preguntar lo que todos los demás papás y mamás pensábamos: "¿En verdad va en primero de secundaria?".
Inició el partido y sucedió lo que K temía: el entrenador le pidió que cubriera a Aidan. Bastaba con que su rival levantara los brazos para que recuperara los rebotes bajo el tablero. Lo hizo durante el primer cuarto del partido y también durante el segundo porque su rival era una máquina de recuperar balones: era fuerte, era preciso, era veloz.
Bueno, no tanto. Aunque así era como K lo percibía, pues el temor en su mirada amplificaba la silueta y las habilidades de Aidan.
A la distancia y visto desde las gradas del gimnasio, el desempeño del muchacho no era tan impresionante. Sí, estaba grandote, pero por lo mismo carecía de agilidad. Se movía lento y sus pases no eran certeros, por lo que terminaba perdiendo un alto porcentaje de los rebotes que había recuperado.
Además, con cada minuto que pasaba Aidan parecía correr un poco más despacio. Su condición física no era la mejor y era evidente que cada vez le costaba más trabajo mantener los brazos arriba.
A la distancia, y sin tener en mi mirada el sesgo ocasionado por el miedo, Aidan no solo me parecía un obstáculo fácil de superar, sino que su torpeza podía resultar benéfica para el equipo de K.
Pero en ese momento K todavía no podía verlo porque le sucedía lo que nos pasa a todos cuando nos enfrentamos a algo que nos hace sentir temor: nuestra mirada nublada hace que los obstáculos se vean mucho más grandes y complejos de lo que en realidad son.
Pretendiendo ser valientes, como nos han enseñado a serlo, nos plantamos y nos acercamos a los desafíos para afrontarlos y luchar cuerpo a cuerpo, cuando puede ser una buena idea primero tomar distancia y observar desde las gradas si hay un motivo justificado para sentir temor.
Así como Aidan le impuso a K, cada uno de nosotros ha tenido enfrente rivales u obstáculos imposibles de vencer: de exámenes de certificación a bullies amenazándonos en el recreo, pasando por jefes tóxicos, proyectos imposibles de realizar o la monstruosa idea de quedarnos sin empleo.
Atrapados en la vorágine de una crisis laboral o bajo la sombra de un gigante como Aidan, es difícil no sentir temor, pero dando tan solo un par de pasos atrás la perspectiva puede cambiar.
La caída de un gigante
En su libro David y Goliat el autor Malcolm Gladwell analiza el mítico encuentro entre un niño israelita llamado David y un enorme soldado filisteo llamado Goliat en un campo de batalla en el Valle de Ela.
En el relato bíblico se nos cuenta que el pequeño pastorcillo decidió enfrentarse al enorme y corpulento soldado de dos metros y 90 centímetros luego de que este hubiera asediado a los israelitas durante 40 días.
A diferencia de los soldados que se habían enfrentado con anterioridad a Goliat solo para ser vencidos, David observó y analizó la situación para después tomar la decisión de evitar el combate cuerpo a cuerpo para sacar ventaja de un pequeño detalle que no aparece claramente en el relato, pero que Gladwell deduce por diversas razones: Goliat tenía gigantismo y sufría de un cuadro de acromegalia, es decir un tumor en la glándula pituitaria, que además de hacer crecer su cuerpo sin parar lo había dejado ciego.
A la distancia el niño lanzó una piedra al gigante con su sonda para derrotarlo y liberar a su pueblo del asedio de los filisteos. Si nublado por el miedo, David se hubiera precipitado sobre el gigante, seguramente hubiera sido aniquilado por su fuerza descomunal. Pero cuando uno da dos pasos atrás y contiene al temor para analizar al obstáculo o al rival, ya sea Goliat, el monstruoso desempleo o un jugador de basquetbol llamado Aidan, tiene la enorme oportunidad de poner las cosas en perspectiva y de encontrar soluciones que en el combate cuerpo a cuerpo son imposibles de observar porque, como dice el proverbio japonés, el miedo es tan profundo como lo permita nuestra mente.